Depresión infantil

La depresión y sus raíces

La depresión es, junto con la ansiedad, uno de los trastornos mentales más diagnosticados en España y en el mundo. Hoy sabemos que las experiencias adversas en la infancia, cuando no son resueltas ni acompañadas por adultos de referencia, son un factor de riesgo importante para desarrollar depresión en la edad adulta.

A esto se suman otros factores como el estrés continuado o situaciones vitales difíciles:

  • La muerte de un familiar.

  • Un trabajo excesivamente exigente.

  • La precariedad económica.

En la infancia, eventos como el bullying, la negligencia o la pérdida de un cuidador generan un presente tan doloroso que resulta difícil imaginar un futuro esperanzador. De ahí que la depresión en la edad adulta se relacione muchas veces con eventos pasados inconclusos y no resueltos.

Pero… ¿y los niños? ¿Pueden tener depresión también?

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Diagnósticos en la infancia: una reflexión necesaria

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Antes de entrar en materia, quiero dejar clara mi postura frente a los diagnósticos. Son útiles y necesarios en muchos casos, sobre todo a nivel legal o escolar. Sin embargo, en el caso de la infancia, etiquetar como “depresión infantil” no siempre resulta lo más beneficioso.

Prefiero hablar de sufrimiento u otros términos que nos permitan ver al niño o niña en su contexto, no solo en su trastorno. Entender qué está sucediendo alrededor que provoca esas conductas, pensamientos o sensaciones que se traducen en enfado, tristeza o desesperanza.

 

Eventos vitales estresantes en la infancia

Hay situaciones que resultan complejas de digerir para una mente en desarrollo y que, sin el acompañamiento adecuado, pueden sobrepasar la capacidad del niño o niña:

  • generan ruptura con lo conocido y establecido.

  • rompen la idea previa de familia y obligan a reformularla.

  • Cuando un niño o niña se enfrenta de forma continua a fracasos escolares, puede llegar a sentir que no es capaz o que “no sirve para nada”. Esta percepción afecta directamente a su autoestima y puede convertirse en un factor de riesgo para desarrollar síntomas de ansiedad o depresión.

  • La pérdida de una figura significativa en la infancia es un evento doloroso y confuso. Sin un acompañamiento adecuado, el duelo puede volverse complicado y generar sentimientos de tristeza profunda, vacío o miedo a futuros abandonos.

  • Esto puede afectar su sensación de confianza y estabilidad, generando preocupación constante y dificultades emocionales.

  • Las experiencias de maltrato físico, psicológico o de abuso sexual marcan profundamente el desarrollo emocional.

  • Cuando un niño o niña no recibe la atención, el afecto o el cuidado que necesita, puede sentir que no merece ser querido. Esta falta de sostén emocional impacta en la construcción de su identidad y en su manera de vincularse con el mundo.

 

Algunos de estos eventos son inevitables.
Lo que sí está en manos de los adultos es acompañar, sostener y pedir ayuda profesional cuando sea necesario.

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El papel de los adultos:
primero cuidarnos para poder cuidar

Al igual que en los aviones, donde primero debemos ponernos la mascarilla nosotros antes de ayudar a los demás, lo mismo ocurre en estos casos: si el adulto está sobrepasado, lo primero es cuidarse para poder sostener al niño o niña.

Regresar a un estado de calma y regulación en nuestro propio sistema nervioso nos permite acompañarles mejor en su proceso.

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Signos de alarma:
¿cómo saber si mi hijo/a necesita ayuda?

 

En niños y niñas menores de 7 años:

  • Irritabilidad mayor a la habitual.

  • Enfados o berrinches más largos y difíciles de calmar.

  • Llanto excesivo o sin explicación aparente.

  • Dolores recurrentes de barriga o cabeza sin causa médica.

  • Pérdida de interés por juegos o actividades que antes disfrutaba.

  • Cansancio excesivo o, por el contrario, hiperactividad repentina.

  • Dificultades para ganar peso o mantener el desarrollo psicomotor y emocional esperado.

En niños y niñas de 7 a 12 años:

  • Irritabilidad y mayor agresividad en la conducta.

  • Agitación o, por el contrario, apatía, tristeza y falta de energía.

  • Sensación persistente de aburrimiento.

  • Aparición de pensamientos de muerte que no corresponden con la edad evolutiva.

  • Dificultades de concentración y atención en el colegio.

  • Descenso en el rendimiento académico.

  • Problemas de conducta en clase y con sus iguales.

  • Dolores recurrentes de cabeza y estómago (somatizaciones).

  • Pérdida de control de esfínteres.

  • Trastornos del sueño.

  • Pérdida o aumento significativo del apetito.

 

En adolescentes:

  • Pueden aparecer los síntomas anteriores junto con conductas de riesgo.

  • Consumo de sustancias.

  • Deseo persistente de huir de casa o del entorno.

  • Sensación de no pertenencia.

  • Descuidos en el autocuidado: higiene, alimentación, rutinas.

  • Aislamiento social y elevada sensibilidad ante la crítica.

  • Pensamientos relacionados con el suicidio o autolesiones.

  • Imagen corporal deteriorada o distorsionada.

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